LORI MEYERS. VIERNES
Texto: Miguel Ángel Sánchez
Madrid. 20 de Diciembre de 2013. Sala La Riviera.
Lori Meyers presentaron en Madrid su último trabajo, Impronta, en la Sala La Riviera, a orillas del río Manzanares. Sin embargo, los de Loja no quisieron mostrar en directo su obra de una forma habitual. Lori Meyers querían hacer triplete.
Hay pocos grupos que pueden, hoy en día, llenar dos días La Riviera. Lori Meyers fueron más allá. A sus acólitos no les bastaba con un par de fechas a mitad de diciembre. El ‘no hay dos sin tres’ se hizo realidad al poco de saberse que no había más entradas para el viernes y el sábado pre Navidad. El domingo no sería solo el día del Señor. Noni y los suyos tendrían el privilegio de romper un mandamiento más.
Y es que el vocalista de los Meyers tiene pinta de haber incumplido muchos, muchísimos mandamientos. Sobre el escenario, Noni tiene dos caras. Al comienzo tantea la sala, observa al auditorio y le hace creer que el espectáculo va a ser calmado, tranquilo, sin estridencias. Y después, zas. Empieza a bailar con la guitarra; el asiento del teclado le quema y se acerca al público. Sale el demonio, como el lobo que ha entrado en tu casa con piel de cordero. Sabes que la va a liar. Noni se vuelve loco, juguetón, inquieto. Y la sala, como no, ruge. Ruge con todas sus fuerzas.
Mentiría si dijera que Lori Meyers son la mejor banda instrumental. Pero es que no lo necesitan. Me comentó hace un tiempo un buen amigo que Lori Meyers era la evolución de aquellos grupos de los sesenta, como Los Brincos, que sin ser ases de la guitarra, el bajo y la batería combinaban melodías muy pegadizas con cierta gracia natural. Y no le falta razón. Lori Meyers destacan por ser extremadamente pegajosos, por acompañar al indefenso ciudadano allá donde vaya. Cuando un tema de los granadinos se mete en la cabeza, no hay nada que hacer. El sonido Lori Meyers es un rock cálido y sencillo, mezclado con diversas influencias, dependiendo del tema, que aligeran aún más su ritmo: encontramos tendencias al flamenco; en ocasiones, el pop-rock tiende al funk o a sonidos más electrónicos. Melodías acompañadas por letras de fácil digestión y en ocasiones, para que negarlo, algo infantiles. Pero de eso se trata: sacar el niño asustado y enamoradizo del interior. Impronta tiene mucho de ese ‘infantilismo’ positivo.
Los presentes tuvimos más de medio año para asimilar el nuevo trabajo de Lori Meyers y el listón estaba alto. El show comenzó con los golpes de baqueta de Intromisión, un tema que comienza flotando, correspondiente al disco que les puso en órbita, Cronolánea. Tras esta pieza casi instrumental, Lori Meyers metieron la sexta con uno de los números estrella de Impronta, su nuevo disco. Planilandia invocó a los reunidos, como el despertador por las mañanas. La sala al unísono hizo de coro multitudinario en este tema que combina partes de guitarras desbocadas y puentes susurrados. Uno de los mejores temas de Impronta.
El concierto siguió con Dilema de su disco de debut, Hostal Pimodan, y Corazón Elocuente, de Cuando el destino nos alcance. Ambos brochazos de aquellos Lori Meyers primigenios y que tan bien han evolucionado. Siguió un trío de temas de Impronta: Tengo un plan, Zen e Impronta. Este último impregnado del sonido acústico del que suelen hacer gala los granadinos en salas más pequeñas. Impronta es desamor sin ira; sin estridencias, el cual puede ser considerado ñoño, pero interpretado con gran solvencia por el grupo.
A esas alturas del concierto quedaba claro que el sonido desplegado no era el mejor. Las guitarras se veían totalmente arrinconadas por la percusión. El problema fue poco a poco solucionado pero en algunos temas era incluso doloroso. Cosas del directo.
Una Señal, tema de predominio de teclados, que llegó después de Castillo de Naipes, encendió de nuevo al público. El setlist mostró una selección de temas “tranquilos” en el primer tercio del recital; sin embargo, los ánimos de la banda fueron in crescendo a partir de ese momento. Y ya no hubo descanso. Luces de Neón, con su comienzo western y Noni a la acústica, es la típica canción que suena mejor en directo que en el disco por la respuesta generada por el público ante un recurso tan simple y efectivo como un ‘parara papapa’. Siguieron Explícame y Tokio ya no nos quiere, dos temas correctos que sirvieron como aperitivo de El tiempo pasará, el cual destaca por su rollo funky y su melodía pegadiza a más no poder.
De los nervios, Huracán, la unión de los temas Ham´a´cuckoo y De Superhéroes… El público bailaba hipnotizado por la tremenda presencia de Noni. Y llegó el cenit del espectáculo. Con Alta Fidelidad, el cual fue durante mucho tiempo el tema estrella de la banda (si es que no sigue siéndolo), Lori Meyers solo necesita de tres acordes y una voz impostada para acabar con las críticas. Y Emborracharme, ese tema chicloso, de rimas fáciles, encandila a cualquiera. Bien podrían haber sido un digno final de show. Pero Lori Meyers querían más.
A la vuelta de un pequeño descanso, los de Loja se mostraron menos feroces. Despedirse fue interpretada por Anni B. Sweet. Con su delicada voz, y acompañada por guitarras acústicas, era la interprete perfecta para este tema intimista, pero su micrófono o tal vez sus dudas con la letra amargaron un poco la oportunidad. Siguieron Deshielo, con la voz de Alejandro Méndez, y la maravillosa Luciérnagas y Mariposas, un tema juguetón con ciertos golpes de guitarra.
Siguieron A-Sinte-Odio (ese inefable juego de palabras), y dos temas más de Cuando el destino nos alcance: Religión, con su característico sonido electrónico y su ritmo infantil, y A-Ha han vuelto, que dio rienda suelta a todas las parejitas del lugar para que “bailaran su canción”. Faltaba, como no, el himno meyer por excelencia, Mi Realidad. Parecía el final, pero no fue así. Los granadinos sorprendieron con un villancico, con la versión navideña de un tema con sabor añejo, La Caza del disco Hostal Pimodan. Con el espíritu navideño subido acabó el show, un show que fue muy bueno, pero que pudo ser mejor. Ellos sabían que tenían dos días más para redimirse.
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