ABRIL. FOO FIGHTERS. MEDICINE AT MIDNIGHT
RCA Records, 2021
Que una banda que llena estadios como Foo Fighters siga funcionando, y que lo haga de la manera que lo hace, siempre es una buena noticia. Ya son veinticinco primaveras lo que lleva Grohl al frente de su banda, y sigue demostrando que puede atreverse con todo lo que se le ponga por delante e incluso puede cambiar de aspecto y sonidos en ciertos tramos, pero sin dejar de lado esa fuerza y esos finales épicos que envuelven a muchos temas de los Foo Fighters. Cada disco de los de Seattle es controvertido, para unos nunca alcanzarán el nivel de sus dos primeros trabajos. Para otros, la banda se ha dejado llevar por el éxito y ya no produce las canciones que se espera de ellos. Para mí, han vuelto a realizar un disco redondo enmarcado en el tiempo en el que vivimos. Sin excesos. Resolviendo la situación. Con un acercamiento al pop mas acusado que en algunas ocasiones, y también con ritmos de funk, con vocales distintos, coros femeninos y guitarrazos poderosos que bien podía haber firmado el mismísimo Lenny Kilmister. Porque todos tiramos siempre de nuestras referencias y los Foo Fighters también las tienen.
No estamos ante el mejor disco de sus diez, pero sí ante lo que ellos nos han querido enseñar. Un plato combinado de alta gama que mezcla muchos palos o quizás muchos entornos en los que la banda siempre se ha fijado. Sus influencias están aquí reflejadas. Ya no pueden facturar nueve canciones perfectas, donde ninguna cojea. El presente para ellos es el de hacer dos o tres temarracos por disco. Himnos de gentes y que funcionen en directo, si es que eso vuelve. Eso hace que el resumen total se desluzca un poco, pero si preguntamos a veinte personas, por esos tres temas sobresalientes, ninguno repetiría. Porque todos tienen algo que engancha a los millones de personas que después de esos veinticinco años irían a un estadio (tiempos aquellos) a llenar un concierto de la banda.
Los coros gospelianos de “Making A Fire” nos dan la entrada al disco. Tema “made in Foo” con pequeños retazos que suenan a Soundgarden. “Shame Shame” fue la primera sorpresa en forma de single que llegó hace tiempo. Nada antes realizado por Grohl. Medio tiempo con la exploración de nuevos matices. Y aunque parezca distinto, muy elaborado, para dar ese regusto final. “Cloudspotter” es un tema cortado y confeccionado a medida para que Taylor Hawkins se luzca como mejor sabe hacerlo. Aporreando la batería sin descanso en un crescendo en el que se hace dueño de la canción. El sello típico de la banda de Seattle viene con “Waiting On a War”, donde parece que la intención es hacer un medio tiempo, pero al final el desenfreno se les va de las manos. El vamos de tranquis, pero acabamos tomando churros a las ocho de la mañana. “Medicine At Midnight” tiene puntos del mismísimo Bowie. Tintes pop muy marcados y un ritmo muy brit. Con sólo de guitarra incluido. La canción que da título al disco marca las intenciones de forma muy clara. En “No Son Of Mine” asoman los Motorhead y los Metallica por el borde del escenario. Energía pura, de la que andan sobrados siempre. “Holding Poison” es una píldora de power-pop melódico con un estribillo muy marcado y unos solos de guitarra de lucirse en directo. La melancolía viene de la mano de “Chasing Bird”, con la frente mirando a ritmos de los Beatles, y es que no podemos negar que casi toda la producción desde los setenta hasta aquí lleva a los de Liverpool debajo del brazo. Y para terminar “Love Dies Young”, rápida y elegante, a la par que marcando un final para este capítulo que se cierra con el sello Foo Fighters.
El disco aporta entretenimiento, de eso se trata en este negocio, que ya se nos había olvidado, y mejora sustancialmente con cada escucha. “Medicine at Midnight” consigue casi todos sus objetivos, menos el de contentar a la gente que sigue pensando que Foo Fighters van a volver a firmar otro disco como “The Color and The Shape”.