RETIRO MUSICAL
Texto: Marina Bernabé
Buscamos viajar. Todos soñamos con irnos a algún lado, en algún momento, y el verano parece perfecto; todo el mundo busca el calor, la playa, la fiesta. Desconectar de una u otra manera, sea aquí o allá, con quien sea que nos saque una sonrisa. En eso nos parecemos todos y cada uno. Yo, el otro día, volví a descubrir un paraíso, como todos los años.
Son horas de coche y carretera, con Jake Bugg, Sunday Drivers, Jero Romero, The Temper Trap y Nat Simmons para los oídos. Por la ventanilla se ve desierto y dunas, verano en estado puro contra la piel, acompaña la música perfecta, parece hecha para el sitio. Cabo de Gata y sus secretos.
Todas esas calas típicas de los anuncios de Estrella Damm pero sin explotar, paradisíacas. Son sitios para ponerte los cascos y perderte, para llevarte la cámara y volar. Amaral, Antonio Flores, Depeche Mode con Personal Jesus, Espaldas Mojadas con Tam Tam Go! o Worlds Apart con Baby come Back también lo sabían, y grabaron allí. Nijar, Tabernas, Las Negras o San José son siempre un santuario de silencio musical, si puede decirse así. La música nos revela de vez en cuando sus secretos en pequeñas dosis, en épocas dispares.
Después de pasear por playas kilométricas y subir rocas empinadas para saborear la tranquilidad desde cerca, me doy cuenta de que el sitio tiene magia; una parada al año en esta tierra de nadie es necesaria, purgativa. Siguen sonando The beach boys, Pearl Jam y Capital Cities. Ya lo dicen estos últimos en uno de sus estribillos “Eres el beso que no espero, recuérdame no olvidar mi juventud, te lo encargo a ti”. Como si aquél paraje pudiese recordarme otros años, otras canciones y otras modas. El paso del tiempo sabe a Gin tonic, patatas fritas y buen indie en cualquier bareto de aquí.
Se pone el sol casi sin quererlo, y perdida con el coche me encuentro con un bar en mitad de una duna, llena de cactus y Aloe Vera. Bar de Joe, reza un letrero casero de lo más rockerito. Me entero de que el señor en cuestión, cincuentón y hippie por naturaleza, se ha dedicado a recolectar los restos de las producciones cinematográficas y colocarlos a modo de asientos, adornos y trastos en su retiro al aire libre. Y le ha salido bien, porque cualquiera que pase por allí querría quedarse. Después de volverme un poco loca haciendo fotos y preguntando, me entero que hay música en directo esa noche; cinco o seis aficionados desde los 12 a los 18 años hacen un tributo al rock de los 80/90.
Definitivamente, me quedo. Y entiendo entonces que a veces la mejor música no está en las grandes fiestas, en las discotecas, en las multitudes. Que el oro no nos hace ricos ni más felices. Que no es necesario un estudio del carajo para ser estrella una noche. Y sobre todo, que allí contemplando como cae el sol en el desierto de Cabo de Gata, con un té moruno en la mano y Bob Dylan sonando de fondo, el cielo está más cerca de lo que creemos.