KANDINSKY O LA MÚSICA DEL COLOR
El alma humana como un piano de muchas cuerdas, con cuyas teclas de vivos colores la mano del pintor era capaz de componer armonías cromáticas, emocionales y musicales que impactaran a la sensibilidad del espectador. Así entendió el ruso Wassily Kandinsky la creación artística durante la totalidad de su vida, una vida que se desarrolló durante los años más apasionantes y creativos de todo el siglo XX, a caballo entre algunos de los centros artísticos más influyentes de toda la vanguardia europea. Cuando un visitante se embarca en la experiencia sensorial que supone la visita a la exposición retrospectiva de Kandinsky en Madrid, se ve envuelto en una sinfonía de colores y formas que pueden llegar a provocar desorientación y cierta confusión. 
Sin embargo, una vez superada la lógica reacción contraria a la abstracción formal, que incluso a comienzos del siglo XXI muchos espectadores todavía poseen, es posible recrear a través de las salas de CentroCentro Cibeles el devenir personal de un artista que fue considerado un maestro de la abstracción en vida, y cuya influencia e importancia no ha dejado de crecer desde su fallecimiento en 1944.
Imbuido desde su juventud de un sentido místico y espiritual de la existencia y de la práctica artística, algo común a muchos creadores rusos y enfatizado por el éxito mundial que las teorías espiritistas de la Teosofía tenía entre las capas más cultas de la Europa de comienzos del siglo XX, la obra de Kandinsky fue evolucionando formalmente sin abandonar unos conceptos teóricos básicos. Tras unas primeras etapas cercanas al expresionismo que culminaron con la creación del grupo "Der Blaue Reiter" en Munich, Kandinsky volvió a la Rusia revolucionaria para vivir en primera persona el auge del productivismo constructivista y del diseño soviético. Sin embargo, su idea del arte y de la pintura se alejaban del pragmatismo inherente a los Rodchenko, Lissitzky o Popova de los años 20, por lo que fue finalmente en la recién inaugurada Bauhaus en la que pudo sentar cátedra como profesor de teoría del color y de la forma. Allí enseñó junto a auténticas luminarias del arte y del diseño europeo del periodo de entreguerras como Gropius, Klee, Moholy-Nagy, Albers, Breuer o Bayer, produciendo un impacto en el desarrollo de la abstracción pictórica como pocos autores de su tiempo. Sus formas evolucionaron rodeado de la racionalidad germana, pasando a emplear figuras geométricas, líneas rectas y círculos perfectos, pero siempre dotando a sus composiciones de un hálito espiritual y simbólico similar al de su colega Paul Klee, el otro gran maestro de la abstracción con el que compartió la aventura de la Bauhaus. Sus últimos años los pasó en París, convertida en la capital del surrealismo, la 
fantasía y la imaginación, y a ella abrió Kandinsky las puertas de su pintura, demostrando una capacidad de evolución extraordinaria, a la vez que una fidelidad a un principio irrenunciable: el considerar al color como una auténtica fuerza de la naturaleza capaz de irradiar una energía emocional comparable a la de las armonías musicales. Sólo cuando el espectador se abandone a la sensación de "oír" las líneas que configuran las composiciones visuales de los lienzos del artista ruso podrá comenzar a disfrutarlos. Sólo cuando el visitante sea capaz de "escuchar" con sus ojos lo que tienen que decirle las partituras de colores de los cuadros de Kandisnky podrán éstos demostrar todo su poder y su magnetismo musical.
Kandinsky. Una retrospectiva
Del 20 de octubre de 2015 al 28 de febrero de 2016
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