EL INTERPRETE
Texto: Antonia Cobo
Un intérprete sin personaje o con todos los personajes. Eso es lo que nos vamos a encontrar al ver a Asier Etxeandía (premio MAX al mejor actor protagonista por La avería, 2012) interpretarse a sí mismo en la obra homónima, El Intérprete, estrenada en 2013 y que tras arrasar en Madrid en el Teatro “La Latina”, comenzó su periplo por un sinfín de salas por todo el territorio nacional, y que de momento aún continua de gira, como poco hasta Enero del 2015.
Un Asier al que desde el año 2000 nos hemos ido acostumbrando a ver en pantalla, ya sea en la de cine o en la del televisor pero que hasta Los días no vividos (Alfonso Cortés-Cavanillas, 2012) no nos dejó verle como actor principal. También Tomaz Pandur le ha sabido sacar partido en varios de sus montajes, pero es en este espectáculo donde nos deja verle en todo su esplendor: audaz, desvergonzado, atractivo, canalla, salvaje, loco y dispuesto a seducir.
Factoría Madre Constriktor compuesta por el actor mencionado Asier Etxeandia junto a Tao Gutiérrez, José Luis Huertas y Ana Sánchez de la Morena son los responsables de este, su primer espectáculo. “Esto no es solo una productora teatral, es una factoría de artistas y creadores”, así se definen ellos, pues ponen de manifiesto un gran despliegue creativo para acompañar a Asier en la purga de sus fantasmas del pasado. Sus músicos Enrico Barbaro, Tao Gutiérrez y Guillermo González, dialogan desde sus puestos con el intérprete en un concierto/performance que saca lo mejor de un público entregado desde el minuto cero, pues con los flashmob que corren por las redes y la trayectoria que tiene la obra, es difícil ir de nuevas al teatro sin saber lo que te vas a encontrar. “Defiende tu sombrero por muy ridículo que parezca”, es la máxima que recalcará durante las dos horas y media que dura el espectáculo, pues en esta obra Asier nos enseña su lado más salvaje que defiende su sombrero contra viento y marea, pero a su vez, el más íntimo: nos invita a meternos en su cabeza, a desafiar los límites del tiempo y espacio para trasladarnos a su mundo infantil imaginario.
“Cuando era pequeño me ponía de espaldas contra la pared en un rincón de mi cuarto. No me ponía así porque me hubieran castigado, ni porque fuera autista. Bueno, un poco autista, quizá… pero no más que cualquier niño vasco hijo único, Pero no. Simplemente me ponía contra la pared y empezaba a cantar. Unos cantan en el coche, otros en la ducha; yo cantaba de espaldas en el rincón. Escuchaba mi voz con el eco de la pared, un eco que hace que parezca que cantas al micrófono, y me sentía un cantante de verdad.” Así, a través de la luz de una cerilla mágica y una voz susurrante, comenzamos un viaje en el tiempo para convertirnos en esos amigos imaginarios que ayudaron al Intérprete a convertirse en lo que es, y a los que Asier con 7 años deleitaba interpretando los más variados temas de Kurt Weill, Héctor Lavoe, Lucho Gatica, Chavela Vargas, La Lupe, Gardel, Talking Heads, David Bowie, Rolling Stones... nada se le queda corto a este intérprete tan emborrachado de sí mismo que nos hace regresar a nuestro mundo interior porque, ¿quién no soñó ser una extrella de rock con un boli bic de micro en la mano allá por los 80? Aquí está la muestra viviente de que al menos uno, Asier Etxeandía, lo ha conseguido.
En cuanto a la puesta en escena cabe destacar el uso magistral de la luz de Juan Gómez Cornejo que acompaña una escenografía austera en elementos: una lámpara colgando sobre un taburete y un escritorio infantil, son más que suficientes para hablarnos del mundo real del pasado donde él se sentaba en su escritorio de niño y el mundo imaginario del artista, el cantante, rodeado de sus amigos imaginarios, sin los que no habría sido capaz de llegar donde está. En verdad el itinerario del espectador viene marcado por Asier vestido y maquillado con estética años 20, que comunica con su cuerpo y voz de manera radical todo aquello de lo que nos quiere hacer partícipes en su ejercicio de desnudarse: movimientos estudiados, voz impresionante y desgarradora, derribo incesante de la cuarta pared... hacen a este intérprete conectar con la sala, como pocas veces he podido ver. Y en la profundidad de algunas letras propias y bajo la máscara tras la que se esconde, se puede ver a un actor hablando de su propia profesión cuando dice que sus ojos maquillados ven más lejos o que estar cerca del ridículo es lo mejor para crear. Y es que el actor sobre el escenario, culmina con plenitud su razón de ser. El teatro es amor, y lo de Asier es puro teatro... como versa una de las agradecidas versiones que nos regala durante la obra.
Las críticas positivas que ha recibido este espectáculo en sus casi dos años de andadura son avaladas por diferentes premios y nominaciones como el Premio Fotogramas de Plata al mejor actor, la nominación al Premio Valle-Inclán de Teatro o el Premio Unión de Actores a la Mejor Interpretación Protagonista de Teatro. A pesar de ello debo apuntar que se echa en falta el hilo narrativo que se ve al principio de la obra cuando se profundiza en la relación con sus padres o cómo vive sus años de colegio y que a mitad del repertorio musical desaparece, dejando paso a una vorágine de temas sin nexo que, si bien animan, dejan de conmover al espectador, que ya totalmente entregado, no se da cuenta de la ausencia de texto dramático. O tal vez fuese problema mío, ya que a mi alrededor nadie parecía echarlo en falta.
En palabras del propio Asier en una entrevista con Cayetana Guillén Cuervo en el programa Atención Obras decía “El ritual que se inventaron los griegos existe por algo cuando todos en el equipo han contado la historia. Es hacer el amor con el público. Entre los dos se acaban de entender” y no cabe duda de que eso es lo que sucede en El Intérprete, sea en forma de concierto, teatro, performance, cabaret... la gente lo entiende, se deja seducir, y disfruta con el espectáculo, que a fin de cuentas es de lo que va el teatro. ¿O no?.