BILL CALLAHAN shepherd in a sheepskin vest

BILL CALLAHAN

SHEPHERD IN A SHEEPSKIN VEST

DRAG CITY RECORDS - JUNIO 2019

4

Pepe Calderón

“Solía ser oscuro, después me hice más claro y luego oscuro otra vez” cantaba Bill Callahan en “Jim Cain” (Sometimes I Wish We Were An Eagle, 2009) y bien puede utilizarse el verso para describir la evolución sonora que el nuevo trabajo del músico afincado en Texas supone. Y es que, si tras el minimalismo lo-fi de los noventa bajo el nombre de Smog, su música fue orientándose  hacia hechuras más clásicas (folk, country, soul, gospel...), en un proceso de depuración que con Apocalypse (2011) tocó techo en cuanto limpidez instrumental, las veinte canciones de Shepherd In A Sheepskin Vest, por más que estilísticamente cercanas a las de discos inmediatamente anteriores, muestran una factura “de andar por casa” que las emparenta con aquellas de su primera etapa.  Y así, pivotando alrededor de los arpegios de una guitarra de cuerdas de nylon y la voz de barítono marca de la casa, encontramos un amplio despliegue de pequeños arreglos (mog, banjo, lap steel, wurtlizer, melotrón, celeste, salterio...etc), que, como la colección de juguetes que un niño exhibe al recibir una visita inesperada, aportan a las melodías cierto aire de travieso desbarajuste.

Temáticamente, los textos giran en torno a la celebración de la felicidad doméstica con el concepto de libertad/libertinaje, generalmente asociado al pasado, ejerciendo de contrapunto. Así, mientras que en canciones como “Watch Me Get Married”, Morning Is My Godmother” o “Confederate Jazzmine” su autor expresa gratitud  por el sentimiento de armonía que el matrimonio, la paternidad y el orden del hogar le procuran, en “The Ballad Of The Hulk” o “Tugboats And Tumbleweeds”, se felicita, sin gravedad ni furia del converso, por haber dejado atrás cierto modo de vida errático. En “What Comes After Certainty”, incluso deconstruye la concepción mágica del amor romántico (“cuando uno se hace responsable/ de su propia divinidad/ el amor verdadero no es magia/ es certeza”), viniendo a decir, con la perspicacia que le caracteriza, que el amor, como la tierra, es (o debería ser) de quien lo trabaja. Las últimas canciones del disco (“Circles”, “When We Let Go”, “Lomesome Valley”), a su vez, reflexionan sobre la muerte con la serenidad y la falta de aflicción de quien, a la manera de Cohen o Raymond Carver, se ha saciado de vida. 

Confiemos en cualquier caso, en que la de Callahan sea larga y artísticamente fructífera, y no tengamos que pasar otros seis años preguntándonos, como el narrador de “Writing”, “where have all the good songs gone”.

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