QUIQUE GONZÁLEZ. SALA BUT
Texto: Mariña Camba
En un principio se le comparó con Antonio Vega o Enrique Urquijo, con quien compartió escenario y a quien regaló Aunque tú no lo sepas, canción que no sonó esta vez. En sus comienzos parecía un chico tímido, salía cabizbajo al escenario, pasivo, como lastimado, con aires a ese Corazón Solitario que dictaba Burning en los 80. Sin embargo hoy podemos decir que el rock de Quique González, con nueve discos en el mercado (los dos últimos grabados en Nashville con el productor Brad Jones) no aparece en los manuales. Quique cuenta con un espacio tan único como personal tanto en el panorama del rock español de este siglo en sus más de quince años de carrera como en sus directos. Prueba de ello podrían ser los sold out irreversibles de los pasados días 20 y 21 de diciembre en la Sala BUT de Madrid (lo mismo ocurrió en la Riviera el pasado mes de mayo), donde brindó, como es costumbre, un concierto de algo más de dos horas y media a un público que vitoreó hasta la afonía la mayoría de las 31 canciones que hizo sonar.
Quique dio un repaso a toda su discografía a excepción de su séptimo disco Avería y Redención del que no tocó apenas una canción. Bien hecho, pues como dice un buen amigo es un “auténtico coñazo”. De cualquier forma, conciertos como el del pasado viernes hacen que el IVA cultural duela menos. Gracias Quique.
Así que estábamos a viernes, 20 de diciembre, en la sala BUT de Madrid. 1.200 personas invocaban al madrileño minutos antes de su aparición en el escenario cuando se asomó, con su ya legendario chaleco de ante marrón, dando un salto enérgico en el escenario. Nos brindó una reverencia y sonrió. Tras él su brigada de músicos tomaba posiciones. Viejos amigos, colaboradores el cuarteto lo formaban el multiinstrumentistaEdu, ”Cinturón Negro” Ortega, (guitarras, violín y mandolina), Pepo López como guitarra solista, Edu Olmedo alías “Señor Mostaza” marcando el ritmo a la batería y Alejandro Climent también conocido como “Boli” al bajo y a la gorda en el contrabajo.
Estábamos preparados, sí, para el que sería un concierto redondo.
Como era de esperar, entre aplausos y silbidos y algún que otro fenómeno fan a pie de escenario, Quique abrió la sesión con una canción de su último y noveno disco Delantera Mítica (Last Tour Records), La Fábrica y, después de Parece mentira, aprovechó para darnos la bienvenida mientras Ortega cambiaba mandolina por guitarra. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que estábamos ante un concierto de rock en español y que por ese motivo los conciertos de Quique ya no necesitan de sillas ni butacas para sentarse. Ahora en sus conciertos todos contorneamos las caderas y aunque cautos, muchos se atreven incluso a saltar.
¿Dónde está el dinero?, una de las canciones de su último trabajo con mayor carga y crítica social, sonó rotunda en un eléctrico de lo más sugerente con Pepo López moviendo la pelvis y agarrando el mástil con movimientos salvajes al estilo Angus Young (la caída de su gorra ayudó mucho a la comparación). La complicidad de los músicos en el escenario quedaba patentada.
Llegó el pase al amor, a las experiencias vividas, de aquello que se esfuma y de lo que permanece tan característico de los antiguos discos de Quique, que éste quiso hacernos navegar por su discografía. Al timón, Suave es la noche, Restos de Stock y Caminando en círculos. A continuación entró el violín en la nostálgica Cuando estés en vena. Luego vino Delantera Mítica y en No encuentro a Samuel el contrabajo llegó para quedarse. La complicidad de la banda se deshizo esta vez en abrazos y bromas que solo ellos entenderán pero que el público agradecimos con sonrisas, aplausos y vítores en forma de silbidos que dejaban a una sorda, como las tapias.
Palomas en la quinta iluminó el escenario del color madera y el añil del folk. El público se contorneaba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda moviendo la cabeza como portando un violín, sintiendo cada palabra esbozada en la boca de Quique, y es que, como él mismo confesó alguna vez, la letra debe ser como mínimo el sesenta por ciento de una canción. Quique se siente. Pudimos notar, una vez más, el acento del rock americano de los Heartbreakers de Tom Petty, como yo noté tras de mí a un tacón punteando el suelo; generoso, contundente, al comiendo de Te lo dije.
Llegó el momento de la deseada Pájaros mojados y entonces perdí la cuenta de los cambios de guitarra. Hasta que todo encaje reflexionaba sobre eso de “voy a dejar de caer para empezar desde abajo”.
Ecuador del concierto
Y van quince a 39 grados. Quique presenta a la banda en las desembocaduras de La ciudad del viento. Vuelve a deshacerse en abrazos, palmaditas y algún cachete que yo misma me he querido inventar, para quedarse al fin solo en el escenario, como un Dylan o un Cohen, con su armónica y su guitarra, mirando al suelo en los silencios, caviloso en cada canción. Bajo el foco de luz Avión en Tierra y Rompeolas, himnos a la vida, a lo efímero y a las pasiones perdidas merecieron largos minutos de ovación.
Se reincorporan a escena el violín y el contrabajo para decirnos algo que ya sabíamos: Las chicas con magníficas y, después de hacernos temblar con Me lo agradecerás, comenzó a pegar fuerte, fuerte y más fuerte el bajo dando comienzo a una coreadísima Kamikazes enamorados. Desde la distancia de platea Quique seguía sonriendo, aferrado, quise suponer, a ciertas añoranzas, lo que provocó una explosión de opulento rock en el tablado.
Cierre y despedida a caballo entre la crítica y la nostalgia
Giró y revoloteó Quique con El campeón, Miss Camiseta Mojada y Hotel Los Ángeles con indirecta despedida. Pero volvió para que su público cantara al unísono Salitre, como en otros tiempos y otros públicos repetían la acción en los himnos de Antonio Vega.
Quique dedicó como en anteriores ocasiones Dallas-Memphis a Amaya Valdemoro, a su padre presente en la sala Su día libre y La luna bajo el brazo a su conductor después de un sinfín de anécdotas y cariños dignos de mención. En VidasCruzadas, esperadísima también, hizo mención aparte: “Quiero agradecer que sigáis ahí a toda la gente que apoyáis la música en directo en una ciudad que está matando la cultura. Nuestra solidaridad con los músicos de la calle y con los chavales que siguen yendo a sus locales de ensayo. Nuestro más sincero agradecimiento. Gracias por luchar”.
Quique abandonó entonces el escenario, no sin antes regalar a la suerte unas cuantas púas que sacó de su chaleco. Aplaudimos hasta quedarnos tiesos. Y volvió, sí, volvió para dar paso al centrifugado final de emociones con Los conserjes de noche, rockera, vibrante. Con un final que mantuvo a Quique por el suelo, besando la armónica como haciéndole el amor, esa que minutos después algún suertudo alcanzó a agarrar en el aire.
En definitiva, lo que pudimos ver y escuchar el pasado 20 de diciembre en BUT fue un auténtico derroche de rock y humanidad en el escenario. Un lírica que nos recordó en qué consiste la existencia y la subsistencia, la lealtad y la camaradería, la amistad, los desalientos y los chasquidos de dolor; lo efímero y lo que permanece pues, a fin de cuentas, Quique no necesitó ni necesita disfrazarse, porque lo genuino en él pervive. Ese chico al que tanto Miguel Hernández como Luis García Montero inspiran, vive sus directos animando a platea, abrazando a su banda y lanzando mensajes tan críticos como afectuosos a sus seguidores. Quique se hace a sí mismo en cada nuevo disco y en cada directo. Y como un auténmtico músico de rock, original en su forma, define su propia disciplina.
Si os interesa conocer algo más que sus canciones os invito a leer Peleando a la contra su carta lanzada en 2003, en la que Quique anunciaba su desvinculación de las multinacionales antes de la publicación de su cuarto disco Kamikazes Enamorados. ¿Kamikaze?No lo creo…