ROMA, POR SUPUESTO, ROMA
Un cuento de hadas moderno con una princesa fuera de contexto y un periodista que se enamora mientras intenta engañarla. Argumento simplón y repetitivo. Vacaciones en Roma podría haber quedado como una película romántica más de la época; en cambio, supuso una revolución en la industria, pero, sobre todo, el nacimiento de una leyenda: Audrey Hepburn.
Durante un viaje a Roma, la princesa Anna (Audrey Hepburn) decide escaparse del palacio, para huir de las obligaciones que tiene como sucesora de la Corona. Su escapada acaba con ella durmiendo en un banco hasta que el periodista americano Joe Bradley (Gregory Peck) decide a regañadientes ayudarla. Bradley trama un plan: ayudado por su fotógrafo Irving Radovich (Eddie Albert), hará de guía turístico a la joven tras descubrir que se trata de la princesa, para así conseguir una exclusiva de 5000 dólares.
William Wyler podría no haber arriesgado; podría haber escogido una actriz consolidada como Elizabeth Taylor o Jean Simmons; podría haberse limitado a rodar en los americanizados estudios de Cinecittà. Arriesgó, dio su primer papel protagonista a una muchacha europea de 24 años que todavía no había debutado en Hollywood. Arriesgó todavía más y añadió un tercer protagonista al filme: Roma.
No era algo común en la época, era demasiado laborioso grabar en exteriores cuando se tenían unas instalaciones de primer nivel como eran las de Cinecittà. Un despilfarro. La decisión tomada por Wyler de grabar en la ciudad de Roma y no encerrarse en los estudios provocó que la película pasara a la historia.
Sin duda, Gregory Peck aportó experiencia y sobriedad a la película, pero quedó totalmente eclipsado por dos colosos del cine: Audrey y Roma. Porque como dice Hepburn en los últimos compases de la película: “Roma, por supuesto, Roma”. Un plató nunca podría haber igualado la magia de la Fontana Di Trevi, la Plaza de San Pedro, el puente Umberto I o la mítica escena con la Bocca della Verità. Pero, especialmente, nunca habríamos disfrutado de un helado en la Plaza de España.
Hepburn no lo tenía todo para triunfar. Vivió un momento en el que la belleza física era primordial en el cine y ella, increíblemente, no representaba los cánones de belleza de la época. Aun así, la joven de dientes torcidos y nariz grande (rasgos que ella siempre recordó durante su vida) consiguió convertirse en el mayor fenómeno de la época. Seguramente Audrey, junto a la sobrevalorada Marilyn Monroe, es la mayor leyenda femenina de la historia de Hollywood. Si consiguió esto fue por su amabilidad, por su apariencia ingenua y encantadora, por su porte aristocrático, por esa belleza etérea que la caracterizó durante toda su vida. La princesa Anna no fue una representación, era una extensión de sí misma: actriz y personaje se mimetizaban. Por ello, su interpretación la catapultó al estrellato, le valió su único Óscar a mejor actriz. La que ella siempre consideró su mejor película fue el nacimiento de un icono del cine, de un regalo para el espectador.
Pese a la gran predominancia de los tres protagonistas (Peck, Audrey y Roma) un secundario consigue destacar sobre el resto. Eddie Albert logró ser el ayudante perfecto de Joe Bradley con una inolvidable interpretación del fotógrafo Irvin Radovich (seguramente la mejor de su carrera junto a la conseguida en The Heartbreak Kid), la cual le dio la oportunidad de optar al Óscar a mejor actor de reparto. Los momentos más cómicos y alocados son protagonizados por él, convirtiéndose en uno de los principales responsables del toque afable del largometraje. Tampoco sería justo olvidar la participación del italiano Paolo Carlini como el peluquero Mario Delani.
Lo que vemos en pantalla es solo una mínima parte. Dos grandes culpables de que esta obra sea historia del cine son Dalton Trumbo y Edith Head. El primero se vio obligado a escribir el guion bajo el sobrenombre de Ian McLellan Hunterm. Fue uno de los diez de Hollywood, sufrió en primera persona la caza de brujas del Macartismo. Head, por su parte, es la responsable de que Vacaciones en Roma, no solo sea historia del cine, sino también de la moda. Mezcló la elegancia de una princesa con un estilo desenfadado representado por el corte de pelo corto que luce Audrey durante gran parte de la película (tal fue su importancia que se convirtió en portada de la revista Times). Sus diseños mostraron la personalidad de la princesa Anna. Fue capaz de ilustrar su evolución psicológica a través del New Look de Dior y Balenciaga.
Edith Head no solo confeccionaba ropa; fue pionera en utilizar el vestuario como un elemento más del guion. El uso del pañuelo en el cuello de Hepburn no como un simple elemento decorativo sino como una metáfora del ahogo que sentía el personaje. Su trabajo le dio un merecido Óscar a mejor vestuario (consiguió ocho en total). Head, aunque para el público pueda ser una desconocida, es una figura irrepetible del cine. Siempre escondida tras sus grandes gafas negra, nunca será olvidada por la industria como bien demostró el pequeño homenaje que realizó Pixar con el personaje de Edna Moda en Los Increíbles.
Vacaciones en Roma no es la mejor película; Audrey Hepburn no es la mejor actriz. Pero Vacaciones en Roma y Audrey Hepburn sí que son los iconos de un estilo que marcó el cine americano durante casi dos décadas.
Mención especial a los periodistas españoles Julián Cortes Cavanillas (ABC) y Julio Moriones (La Vanguardia) por su cameo interpretándose a sí mismos en la última escena.