EL ÚLTIMO UNICORNIO
Pasear por Málaga en verano es el equivalente a notar cómo tu piel empieza a oler a sal marina; a épocas estivales pasadas. Notar el aroma de la adolescencia en la playa, o en las plazas, o en las calles en plena madrugada. De los tirantes, las chanclas y los helados. De los amigos, y de esa persona especial que te dijo por primera vez que tu piel olía a sal marina. Entre otras cosas, El último unicornio es exactamente eso, pasear por la ciudad costera en pleno verano y vivir, durante unos minutos, en el interior de una postal nostálgica instantes antes de aceptar el paso a la adultez y el redescubrimiento de la amistad y del amor.
Todo parece indicar que Eva (espléndida Blanca Parés) necesita un descanso, un respiro al ajetreo de la gran ciudad, al agobio de las enormes avenidas y a las responsabilidades laborales. En otras palabras: Eva necesita unas vacaciones. Pero la vuelta a su lugar natal no va a suponer, precisamente, esa desconexión tan ansiada. Reencontrase con su madre y con Gema, su amiga de toda la vida, entra dentro de lo esperado (y de lo deseado, incluso). Sin embargo, Rubén (Ignacio Montes), quien en su momento fuera su mejor amigo, quedaba fuera de sus planes. Tras su repentina aparición, el verano de Eva se convertirá en un inestable déjà vu que pondrá a prueba su relación con el chico y con todo aquello que dejó atrás.
Si hurgamos en nuestra biografía, es muy probable que encontremos un episodio similar escondido entre nuestros dieciséis y diecisiete años. Algo que, no sólo nos aterre volver a vivir, sino que, de hecho, nos apene olvidar. Y aunque los protagonistas de El último unicornio no sean adolescentes, se enfrentan a esos recuerdos tratando de entenderlos desde una perspectiva más adulta. Sin duda, el realismo en la historia de Carmen Blanco reside en unos personajes tan complejos como la vida misma en sus momentos de transición.
La amistad, el amor, o las segundas oportunidades son algunas de las capas que desmarañamos en el film a un ritmo que, aunque pueda parecer pausado, pocas veces hemos visto tan preciso. Y es que, a pesar de que la trama no esté sazonada con grandes sobresaltos, el seguimiento de Eva nos mulle en la butaca gracias a la calma y a la suavidad de una fotografía que invita a esa relajación y satisfacción propia de una brisa de aire veraniega.
Por su lado, esa serenidad es contagiada también por la acertada elección de McEnroe como banda sonora de algunas de las secuencias más claves de la película, cuyas letras y característico estilo musical acompañan a la protagonista en todas sus decisiones.
En definitiva, Carmen Blanco y todo su equipo, han llevado a la pantalla una de esas historias en las que el espectador no sólo se queda con lo que ve, sino con todo lo que hay debajo; un trabajo en la que la madurez y la vocación de sus creadores queda expuesta por encima de todo artificio. Un “unicornio” tan sincero y necesario en nuestro cine que, esperemos, no sea el último.