EL APARTAMENTO: UN LEMMON MUY ÁCIDO
“El apartamento” es la crítica más feroz que se ha realizado a la sociedad norteamericana del siglo XX. Es la obra maestra de Billy Wilder y eso son palabras mayores. Este director enamorado de la clase media mezcla con elegancia lo más sórdido y sensiblero que Hollywood podía permitir. La hazaña hubiera sido imposible sin el derroche de acidez que el guion y Jack Lemmon aportan.
Baxter (Jack Lemmon) es un trabajador de una empresa de seguros en Nueva York que en sus intentos de conseguir un ascenso permite que sus jefes utilicen su apartamento como picadero. Buddy, como lo llaman sus superiores, está enamorado de la ascensorista Fran Kubelik (Shirley MacLaine), amante de su jefe Jeff D. Sheldrake (Fred MacMurray) al cual cede su piso para sus encuentros con ella.
Hagamos un breve resumen de lo que hace Billy Wilder en este filme: el señor Wilder llega y hace una película en blanco y negro cuando las grandes producciones ya eran en color, critica la sociedad norteamericana en unos tiempos de prosperidad (y guerra fría) absoluta, se caga en el arribismo de las clases medias, centra el tema en las relaciones extramaritales en un país protestante y gana 5 premios de la Academia. ¿Cómo consigue que esto funcione?, ¿falta algo entre el paso de descojonarse de todo el sistema social estadounidense y ganar 5 Óscar? Bueno, en primer lugar su éxito no fue inmediato; algunos beatos protestantes de la época (todavía viven) y algún arribista se equivocaron de sala, vieron la película y se indignaron mucho. En segundo lugar, el pegamento que une todos estos elementos es la ácida ironía que caracteriza a Wilder. No necesita decir que Baxter es un trepa, mejor que se compre un bombín y que se resfríe en Central Park.
Lo avisé en el título, el largometraje tiene un Lemmon muy ácido. No es un titular vistoso sin sentido, quizás sí sea un intento de juego de palabras. El gran éxito de esta película es su ironía y quien mejor la usa es Jack Lemmon. Si fuera delantero diríamos que le tiran una nevera y baja un balón (en su caso le tiran una raqueta y baja un colador); con un papel simple realiza una actuación clave. Siguiendo el símil futbolístico: este “nueve” gana partidos. Durante el filme protagoniza los mejores momentos: verlo mover la cabeza al ritmo de su máquina de escribir, organizar la agenda sexual de sus jefes, los diálogos con la señorita Kubelik en el ascensor (por su culpa el pobre Baxter sufre cinco resfriados al año), sus expresiones faciales, sus bailes borracho en Nochebuena o su maestría con la raqueta para servir los espaguetis (y no hablemos de cómo pone las albóndigas). Lemmon no tiene suficiente con echarse a la espalda el peso de la película; también necesita convertirse en la principal figura cómica. Bombín en mano (a veces en cabeza) se disfraza por momentos de Buster Keaton o Charles Chaplin. Verlo posar frente al espejo, sacarse pañuelos de la chaqueta para después casi olvidarlos en la mesa del mandamás, realizar gestos tan cotidianos como ponerse un termómetro, ¡o confundirlo con un boli! Se convierte en un festival del humor.
Los otros dos actores principales son Shirley MacLaine (única que permanece viva) y Fred MacMurray. Su trabajo en el filme es correcto, consiguen transmitir al espectador el mensaje: ella es una joven risueña que no sabe escoger correctamente a sus parejas, él un pérfido jefe que engaña a su mujer. No son actuaciones que pasarán a la historia, es cierto. Pero en ningún caso es culpa de los actores. ¡La culpa es de Wilder! Está totalmente justificado; el director es una máquina de crear grandes historias, pero no grandes personajes. Esto, no lo hace sin querer, no se debe a que no sepa exprimir al máximo a sus actores (A Lemmon le sacó todo el jugo); es un recurso. “El apartamento”, y las películas de Wilder en general, tienen argumentos complejos, si también le das unos personajes complejos el resultado es catastrófico, el público no entendería nada, la crítica del filme no calaría. Unos personajes relativamente planos y estereotipados permiten que el mensaje del largometraje se coloque en un primer plano. Billy Wilder demuestra que menos es más.
La película es leyenda del cine gracias a su final (no me jodan con spoilers, la película tiene casi 60 años). Primero Wilder, pensándolo mejor… Primero Diamond (ya está bien de condenar a los guionistas al ostracismo) demuestra su amor a las clases medias americanas con la icónica escena de Baxter devolviendo la llave del baño. Sí, las apaliza durante casi dos horas pero las salva de la quema en diez minutos. Desde el primer instante en que empieza a sonar “Auld Lang Syne” hasta la mítica frase con la que Kubelik da portazo a “El apartamento” pasan aproximadamente cuatro minutos; podrían haber dejado una pantalla en negro durante dos horas que solo por esos minutos ya habría merecido la pena el filme. Y para colmo, la ultima escena la realiza sin cortes y con un único plano. Es imposible pedirle más a un final.
Los últimos compases de “El apartamento” no son únicamente los mejores que he visto, también son (sin intención alguna) una maravillosa metáfora de cómo nos deberíamos plantear el séptimo arte. La emblemática canción “Auld Lang Syne” nos recuerda que no debemos olvidar a los viejos amigos, igualmente, nunca debemos dejar de mirar y tomar como ejemplo a los clásicos del cine. También, cometeríamos un error si pensáramos que esas producciones son insuperables, si pensáramos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Tenemos la obligación de creer que las mejores películas todavía están por venir, así que… “Cállese y reparta”.