CASABLANCA: AGITPROP AMERICANO

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Todo el mundo conoce “Casablanca”, cada vez menos gente la ha visto. Es el clásico entre los clásicos; ambientada en la guerra y concebida durante la guerra es el mejor acto propagandístico creado por los estadounidenses. Verla es una obligación para los amantes del cine pero, sobre todo, es indispensable en las escuelas de marketing y en los cuarteles de Irak.

Rick Blaine (Humphrey Bogart) es un estadounidense exiliado en Marruecos propietario del bar más popular de Casablanca (el Rick’s) La ciudad se convierte en un lugar de paso para todos los refugiados europeos que huían del nazismo. La Gestapo intentará atrapar a la mayoría de exiliados presionando a las autoridades francesas; en este caso, su objetivo será Victor Laszlo (Paul Henreid), miembro de la resistencia checa.

Que conste en primer lugar que nunca voy a poner en duda la calidad de esta película. Es buenísima (quizás no tanto como algunos presuponen), pero el pasado mes de noviembre se cumplieron 75 años desde su estreno, 15 lustros de loas al filme. Después de tanto tiempo, ya va siendo hora de tratar a la película con el respeto que se merece, pero sin tragársela sin pensar como si fuera la hostia consagrada. Si conseguimos esto, “Casablanca” perdurará en el tiempo como película y no como un conjunto de frases míticas que nunca existieron: si los 80 vivieron con el falso “Luke, yo soy tu padre”, los 40 lo hicieron con el inexistente “Tócala otra vez, Sam” (mi querido Allen sí que usa esta frase).

Ya que lo he nombrado, voy a empezar con Sam. He repetido hasta la saciedad que las películas son hijas de su tiempo, que no se pueden juzgar desde nuestro punto de vista, que es injusto a la par que estúpido; pero vaya, qué casualidad… ¡El negro toca el piano! Suena racista, lo sé; suena racista porque es racista. Pero, ¿no os resulta extraño que en 1942 los negros tocaran el piano y después de la guerra volvieran a limpiar botas? Los estadounidenses eran y son muy xenófobos, pero tontos nunca han sido. Esos seres de piel oscura ensuciaban las calles y si no te cruzabas con uno el día mejoraba. Sin embargo, nuestros amigos los blanquitos eran muy demócratas para sus cosas. Concretamente para dejarse la vida en la guerra y contribuir al esfuerzo bélico los negros sí que eran iguales al resto. Para sentarse en el autobús eran diferentes, para formar un batallón de tanques (el 761 estuvo formado exclusivamente por afroamericanos) eran idénticos. En la guerra, todos contribuían por igual (mandar era otra cosa) y todos morían igual. Pero en EE.UU., donde las consecuencias del conflicto pasaron como un airecillo que nada tenía que ver con ellos, las cosas eran muy distintas.  Dooley Wilson, actor que da vida a Sam, cobraba 350 dólares por semana; un secundario de menor importancia como Sydney Greenstreet 3750. “Casablanca” no es hija de su tiempo, es hija de la guerra.

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Es fácil intuir el paralelismo que se pretende hacer con los personajes. Tenemos al Mayor Strasser; aquí se cortaron poco y se decantaron por la figura arquetípica de malvado líder Nazi, ¿acaso está mal? Renault es un capitán francés que se arrima al sol que más calienta, en ese momento,  el gobierno de Vichy. Laszlo es la Europa que, pese a todo lo sufrido, quiere seguir luchando, pero para eso necesita la ayuda de Estados Unidos. Y si nos referimos a “Lady USA” estamos hablando de nuestro protagonista,  Rick Blaine. Cínico, con un punto de arrogancia, pero que finalmente ayuda desinteresadamente a Laszlo poniendo su vida en juego ¡Vaya, cualquiera diría que están intentando justificar la entrada de EE.UU. en la guerra tras Pearl Harbor!

El director, Michael Curtiz, consigue su propósito, aunque siendo tiquismiquis la alegoría se le puede venir en contra: el particular Estados Unidos, Humphrey Bogart, era un pelín acomplejado así que se tuvo que calzar unos zancos para llegar a la altura de la europea Ingrid Bergman; ayuda a Laszlo, aunque uno vuelve a luchar contra el fascismo en Europa y el otro se queda en casa tranquilamente con sus trapicheos. Finalmente, Bogart se va con Renault, el capitán corrupto que apoyaba al gobierno de Vichy, concluyendo con la frase “Este es el principio de una gran amistad”. Vamos, que solo faltó que le dieran una paliza entre ambos a un chileno y un cubano para retratar las actuaciones de EE.UU. después de la guerra.

casablanca 04 pop rock indie cineAunque Curtiz no sea uno de mis directores predilectos (a decir verdad solo he visto este filme y “Robin de los bosques”) hace un muy buen trabajo. Es capaz de meter a Rick Blaine con cierta lógica como protagonista de la guerra, la presentación de los personajes es adecuada, sobre todo, de Ilsa Lund (Ingrid Bergman). Nunca diré que “Casablanca” no me gusta, y en parte se debe a un recurso que Curtiz utiliza. Usa los focos de la ciudad para destacar a los personajes en el momento oportuno, esa mezcla de ambiente bélico con teatralidad es lo mejor que hizo en su vida. Quizás, no sea el más sutil: la primera escena es un pequeño documental de guerra, las referencias a la invasión de Etiopía, a la guerra civil española (bueno, aquí eso no) o el capitán Renault tirando a la basura una botella de Vichy. Pero, ¿alguien es capaz de no emocionarse con la escena de La Marsellesa? Si 75 años después todavía dan ganas de lanzarse a la batalla imagínense en 1942.

Sería estúpido decir que “Casablanca” no es propaganda, también lo son “El triunfo de la voluntad” o “El acorazado Potemkin” y negar su calidad es ridículo. ¿Propaganda? Sí, ¿qué problema hay? Como Estados Unidos en la guerra, mirando desde la ventana y sin mancharse las manos… ¡Viva el Agitprop y viva la propaganda americana!

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